En el año 2569, en el centro de Monterrey, la ciudad resplandecía con la luz de neón de los rascacielos, y los hologramas danzaban en las calles como luces fugaces. En medio de este mundo futurista, vivía Braulio, un grafitero cuyo alter ego, «Brah 65», era conocido en todo el centro de la ciudad por sus asombrosas obras de arte en los edificios.

Cada noche, Braulio se deslizaba por las calles cubiertas de hologramas, con su mochila de aerosoles y su traje de pintura anti-gravedad. Con movimientos ágiles, convertía los monótonos exteriores de los rascacielos en lienzos vivos y vibrantes. Sus grafitis eran una mezcla de arte urbano y mensajes políticos, una protesta silenciosa contra el gobierno corporativo que dominaba la vida de la ciudad.

Pero una noche, mientras Braulio estaba en la cima de un rascacielos, pintando su obra maestra más ambiciosa, una ráfaga de viento lo desequilibró y cayó desde una gran altura. Cuando recuperó la conciencia, se encontraba en una habitación blanca y estéril. Su cuerpo estaba intacto, pero su mente no.

Lo llamaron «Esquizoonda», un dispositivo experimental diseñado para curar trastornos neurológicos, pero en el caso de Braulio, había tenido un efecto inesperado. Había perdido la capacidad de crear arte visual, su don para el graffiti había desaparecido. Se sintió como si hubiera perdido una parte fundamental de sí mismo.

Después de un largo período de rehabilitación y terapia, Braulio fue dado de alta, pero ya no era el mismo. Sin su habilidad para expresarse a través del graffiti, se sentía perdido y desplazado en el mundo que una vez había dominado.

Un día, mientras deambulaba por las calles que una vez había decorado con sus obras maestras, Braulio se topó con una oportunidad inesperada. Vio a un grupo de personas reunidas alrededor de un pequeño puesto de comida callejera que emanaba luces de neón y música vaporwave. El olor a taquitos mañaneros a la vaporwave llenaba el aire.

Se acercó al puesto y habló con el vendedor, un hombre amable que parecía estar disfrutando de su trabajo. Braulio decidió probar los taquitos y descubrió que eran deliciosos. La combinación de sabores exóticos y la experiencia sensorial de la vaporwave lo transportaron a un lugar de paz y nostalgia.

Con el tiempo, Braulio se hizo amigo del vendedor y comenzó a ayudar en el puesto. Aunque ya no podía pintar en las paredes de los edificios, encontró una nueva forma de expresión en la creación de platos de comida artística. Aprendió a combinar ingredientes de maneras innovadoras, creando nuevos sabores que encantaron a los transeúntes.

Braulio se dio cuenta de que, aunque había perdido una parte de sí mismo, había encontrado algo nuevo que amar. Su puesto de taquitos mañaneros a la vaporwave se convirtió en un lugar de reunión para la comunidad, un lugar donde las personas venían a disfrutar de su creatividad culinaria y hablar sobre el pasado y el futuro de la ciudad.

En el centro de Monterrey en el año 2569, Braulio, o más bien «Brah 65», ya no adornaba los rascacielos con su graffiti, pero había encontrado una nueva forma de hacer arte en la cocina y una comunidad que valoraba su creatividad de una manera diferente. En un mundo en constante evolución, Braulio había aprendido que la verdadera creatividad no podía ser limitada por las circunstancias, y que siempre había un camino hacia la expresión y la conexión con los demás.